El secreto definitivo para no dejar nunca de buscar secretos definitivos

 

Salud mental: un espejo de nuestra forma de vivir

Los datos son contundentes:

Según Infobae, el 44 % de la juventud presenta niveles severos de ansiedad, depresión o estrés. Y un 55 % muestra desmotivación o deterioro psicosocial.

El V Estudio de Salud Mental del grupo AXA señala un 48 % con depresión en algún nivel y un 23 % con ansiedad.

Estas cifras nos las repiten tanto que casi corremos el riesgo de normalizarlas. Pero la pregunta es otra: ¿cómo hemos llegado a creer que lo estamos haciendo todo mal?

Vivimos en una cultura donde cada día aparece un discurso normativo que nos dice:

“Tienes que mejorar.”
“Te falta disciplina.”
“Esta es la forma correcta de vivir.”

Aunque se disfrace de ayuda, este mensaje lleva siempre un subtexto corrosivo:

“Tal como eres, no eres suficiente.”

Ansiedad y el mandato de perfección

La definición clínica de ansiedad la describe como una respuesta anticipatoria frente a una amenaza percibida, caracterizada por una sensación de descontrol, inseguridad o vulnerabilidad.

Y quiero repetirlo: sensación de descontrol, sensación de inseguridad.

¿No te parece lógico que aumente la sensación de descontrol cuando vivimos bajo la exigencia de ser perfectos en absolutamente todos los aspectos de nuestra vida?

Productivos en el trabajo, disciplinados con el cuerpo, exitosos socialmente, impecables emocionalmente.

La paradoja es que nunca hemos tenido más herramientas, más conocimiento, más rutinas y más técnicas… y sin embargo nunca nos habíamos sentido tan insuficientes.

Cuando la autoayuda te desconecta de ti

Hoy en día es casi imposible entrar en YouTube, Instagram o Spotify sin que aparezca algún vídeo o pódcast prometiendo la clave para cambiar tu vida.

El algoritmo parece saber cuándo estás buscando algo más… y te lanza un bombardeo de frases motivacionales, hacks de productividad y consejos sobre cómo ser tu mejor versión.

A simple vista, no parece un problema.

Escuchar experiencias de otros puede motivarte, abrirte la mente y hasta ayudarte a tomar decisiones que habías pospuesto.

Pero si no tomas conciencia desde dónde estás buscando este tipo de información corres el riesgo de entrar en un bucle peligroso:

Cuanto más escuchas más pones a prueba hábitos, consejos de otras personas que sueles interpretar como la clave que te faltaba para llenar ese vacío.

Sientes que cada consejo es la pieza que te falta… y que si no logras aplicarlo como “debe ser”, algo está mal en ti.

El efecto “nunca es suficiente”

Escuchar experiencias ajenas puede abrirte la mente…

Pero también puede convertirse en una cadena invisible.

Cuando te comparas constantemente con personas que cuentan cómo “lo consiguieron” y lo simplifican en tres pasos, corres el riesgo de sentir que:

No llego porque me falta la técnica X.”

“A mí no me funciona como le funcionó a él.”

“Debe de haber algo que no estoy entendiendo bien.”

El problema es que muchas de esas historias están contadas desde la retrospectiva: todo suena más fácil cuando ya sabes el final.

Y tú, que estás en medio de tu proceso, te enfrentas a la realidad cruda, sin filtros y sin guion.

Vivir así es agotador.

No porque haya algo roto en ti, sino porque lo que funciona para otra persona no necesariamente tiene que funcionar para ti.

Y cuanto antes lo asumas, antes dejarás de perseguir fórmulas que no están hechas a tu medida.

El riesgo del consumo excesivo

Si este tipo de contenido se convierte en tu dieta diaria, pueden pasar dos cosas:

Anestesia la acción: escuchas tanto que sientes que ya hiciste algo, pero en realidad no has conectado con lo que tú necesitas.

Confundes el movimiento externo con el avance interno.

Genera frustración: cada nuevo consejo parece una meta que cumplir, y la sensación de no llegar se hace crónica.

Empiezas a vivir con la idea de que siempre hay algo pendiente para “ser suficiente”.

Además, hay otro efecto silencioso: la pérdida de criterio propio.

Cuando siempre buscas fuera la respuesta, tu capacidad de decidir desde tu intuición y experiencia se debilita.

Y cuanto menos confías en ti, más dependes de lo que otros digan. Es un círculo que se retroalimenta.

Tomar conciencia para reconectar

No se trata solo de decidir qué contenido consumes, sino de preguntarte por qué lo consumes.

Esa es la pregunta incómoda que casi nunca nos hacemos.

¿Estás viendo ese vídeo o escuchando ese pódcast para inspirarte de verdad… o porque estás esperando que alguien te dé la fórmula que llene tu vacío?

Y ese vacío, ¿de qué tipo es?

Financiero: porque sientes que no ganas lo suficiente y buscas la técnica mágica para volverte exitoso.

Emocional: porque te pesa la soledad o el desánimo y necesitas una voz que te motive.

Físico: porque quieres cambiar tu cuerpo y buscas un método rápido que te prometa resultados.

O quizá no hay vacío y solo lo haces por entretenimiento. Y si es así, está bien, pero al menos sé consciente de ello.

El problema es cuando no distinguimos inspiración de dependencia.

Cuando dejamos de escucharnos para escuchar a otros.

O cuando cambiamos el acto de vivir por el acto de consumir vidas ajenas que nos dicen cómo vivir.

¿Qué hay más allá de todo esto?

Quizá el mayor acto de salud mental y de libertad sea dejar de tratarnos como objetos a perfeccionar y empezar a reconocernos como sujetos a vivir.

Porque cuando nos pensamos como objetos, nos reducimos a piezas que deben encajar en una maquinaria.

Piezas que se ajustan, se pulen y se corrigen hasta alcanzar una supuesta forma “ideal”.

Y, como toda pieza, nuestro valor parece residir únicamente en su utilidad. En lo que produce. En lo que rinde.

¿De donde viene esta forma de pensar?

Ese modo de mirarnos no surge de la nada: está profundamente arraigado en la lógica cultural de la productividad, del éxito medible, del rendimiento como criterio supremo de existencia.

Bajo esa lógica, nunca es suficiente.

Siempre habrá algo que mejorar, un nuevo estándar al que aspirar, una versión superior de ti mismo que aún no alcanzas.

Y, en ese proceso interminable, corres el riesgo de perder lo más valioso: la experiencia de ser.

¿Qué es ser?

 Ser sujeto es otra cosa.

Ser sujeto es reconocerte como alguien que vive y no solo como algo que funciona.

Es aceptar que tu vida no tiene que justificarse en la eficiencia, en la disciplina perfecta ni en el cumplimiento de expectativas externas.

Que tu dignidad no depende de tus logros, ni de tu cuerpo, ni de tu capacidad de producir.

La psicología humanista insiste en esto: el valor de una persona no es instrumental, es intrínseco.

No se mide, no se condiciona, no se negocia.

Está ahí, simplemente por existir.

Y quizá ahí esté la verdadera libertad: en dejar de perseguirnos a nosotros mismos como si fuéramos un proyecto inacabado y empezar a habitarnos como una vida en curso.

Una vida que no necesita ser perfecta para tener sentido, porque el sentido nace en el simple acto de vivirla.

¿Entonces qué?

Vivimos como si fuésemos instrumentos de nosotros mismos: como si nuestro valor residiera únicamente en la utilidad, en lo que producimos o en lo que conseguimos.

Bajo esa mirada, no somos más que medios para alcanzar un ideal que nunca llega.

Pero lo cierto es que no hemos venido a ser herramientas de nada ni de nadie. No somos medios: somos fines en nosotros mismos.

Y ahí está la clave.

El verdadero acto de salud mental y de libertad no es solo dejar de tratarnos como objetos a perfeccionar, sino también aprender a tomar conciencia de desde dónde consumimos lo que consumimos.

Porque cuando escuchas un pódcast, ves un vídeo o lees un libro, no es el contenido lo que determina su impacto en ti, sino el lugar interno desde el que lo recibes.

¿Lo haces desde la inspiración y la curiosidad, o desde la exigencia y la sensación de vacío?

Si lo consumes como un parche para sentirte “suficiente”, el resultado siempre será frustración.

Porque al final, el secreto definitivo no es hacer más, ni ser más, ni encajar mejor.

El secreto es recordar que no hay secreto: que ya eres suficiente, que tu vida no necesita justificarse en un manual, y que tu valor no depende de cuánto consumas o de cómo rindas, sino de que existes.”